En China no se mata lo suficiente

China es el país que más mata del mundo. Entre 2.000 y 3.000 personas son ejecutadas cada año según las estimaciones más conservadoras. Algunas ONG’s, como Amnistía Internacional, creen que la cifra real es mucho mayor. Nunca se sabrá. La falta de transparencia del régimen sólo permite suposiciones más o menos acertadas, ninguna certeza.  En todo caso, para algunos sectores de la prensa china no son suficientes. El pasado 17 de febrero, un periódico del país asiático lamentaba en su portada on line las consecuencias que el descenso en las condenas a la pena capital acarrean a la población. La política china de transplantes empieza a notar la escasez de órganos y las listas de espera se alargan más que nunca.

En China, como tantas cosas, la política de donaciones procedentes de presos ejecutados se mueve entre sombras. Según la ley, los organos se utilizan solo en caso de que el reo o su familia así lo hayan dispuesto o si nadie reclama el cuerpo. Es este último criterio el que crea más dudas sobre la honestidad de la gestión. Muchas familias no se enteran de la ejecución del reo hasta días después de que el cuerpo haya sido cremado cuando el imposible realizar las comprobaciones de rigor. Hasta ahora, un buen porcentaje de los órganos donados procedía de esta inacabable fuente.

Sin embargo, en 2007, presionadas por la comunidad internacional, las autoridades chinas accedieron a introducir nuevas garantías en casos de pena capital. Desde entonces el Tribunal Supremo debe confirmar cada sentencia antes de que sea ejecutada. Este año China ha dado un nuevo paso y eliminado del catálogo de delitos penado con la muerte 13 delitos económicos. Aunque las cifras seguirán siendo oscuras, la consecuencia directa la medida es una nueva reducción del número de ejecuciones y por tanto de donantes.

Pero no hay roto para el que China no tenga un remiendo. Visto el floreciente mercado ilegal de órganos que la escasez ha provocado, China estudia condenar a muerte a quienes trafiquen con ellos. Los mismos que ahora se lucran con el mercado negro pasaran pronto a engordar el almacen de órganos que el Estado mantiene en sus cárceles. Un solución salomónica que da muestras del, no siempre bien entendido, pragmatismo chino.