Expatriados en su burbuja

La oficina china de Estadísticas publicó esta semana los últimos datos relacionados con la vivienda. En las zonas urbanas, mucho más caras que las rurales, el coste medio mensual del alojamiento ascendió a unos 70 euros (680 yuanes) por persona . Prácticamente todos los expatriados que conozco, pagan por sus pisos precios superiores a los 5.000 yuanes. Algunos, hasta 20.000.

Con una diferencias tan grandes entrela realidad de unos y otros, ¿no es complicado que abandonemos nuestra burbuja y salvemos la brecha que nos separa de la sociedad china?

Chicas dóciles

Algo avergonzado, consciente de que paga con dinero lo que ya no puede conseguir por otros medios, un hombre occidental de unos setenta años se abraza a una jovencita china, de apenas veinte, en una discoteca de Shanghai. Ni siquiera hablan. Él es demasiado mayor para ponerse a aprender mandarín y ella apenas es capaz de balbucear unas palabras en inglés. Se limitan a permanecer juntos. Ella baila mientras él, pegado pero quieto, la agarra. Trata de mantener la dignidad todo lo posible dadas las circunstancias.

Es una excepción. No resulta extraño ver hombres maduros, más allá de los 50, que empujados por la testosterona y el alcohol acaban subidos a la barra del brazo de alguna china mientras sus compañeros de trabajo los jalean. Él no. Se limita a esperar que pase el tiempo. Esa misma noche, se acuestan. Ella salda la deuda y, además de una noche de gasto muy por encima de sus posibilidades, se saca algo de dinero para caprichos. Si tiene suerte, al día siguiente repetirá con el mismo empresario. Si no, será con otro.

La historia se repite por gran parte de los bares de Cantón, Beijing o Shanghai. Por lo general, cuantos más occidentales, más putas. Son los europeos y americanos, fuente inagotable de dinero fácil, quienes provocan la demanda. La miseria que envuelve a gran parte de la población se encarga de la oferta. No resulta raro que en los alrededores de las principales ferias empresariales haya chulos repartiendo fotos de chicas como si fueran tarjetas de trabajo. Incluso aprovechan las ventanas de los taxis, abiertas durante el verano, para deslizar folletos llenos de contactos. Saben que es un negocio seguro. Los mismos que en España miran con recelo al novio de su hija y creen en la virginidad hasta el matrimonio, aprovechan la lejanía de casa para acostarse con chicas a las que triplican la edad. Muchos lo convierten incluso en tema de chanza y preguntan entre risas, sin repartos: «¿Donde podemos encontrar, ya sabéis, chicas dóciles?».

Y los bares lo consienten. Curiosamente, cuanto más caros y exclusivos sean, más prostitutas buscan clientes. Algunos exhiben carteles anunciando la prohibición, pero nadie hace nada para cortar un negocio que resulta lucrativo para todas las partes implicadas.

Las autoridades tampoco se dedican en cuerpo y alma a parar el tráfico de mujeres. Cada año cientos de miles de mujeres son detenidas y fichadas, pero prácticamente siempre las redadas se dedican a la prostitución de bajo nivel. La de los antros de masajes que proliferan por barrios humildes. En China con el dinero, más si cabe cuando es extranjero, nadie se mete.