China, aún muy lejos de la revolución de los jazmines

A la hora de  abordar la política china, muchos analistas pasan por alto una realidad incontestable: China no es Egipto. No existe el descontento masivo que alcanzaba a toda una generación de jóvenes, ni la sensación de que el país se despeña mientras los mismos de siempre observan desde lo alto del acantilado. Aquí existen diferencias, muchas veces atroces, pero la enorme mayoría mejora un poco cada día que pasa. Hoy son más ricos que hace 10 años y probablemente dentro de cinco lo serán mucho más. Al menos, eso creen.

Las revoluciones nacen cuando las expectativas de futuro son peores que las actuales, cuando los sueños de la juventud se estancan y mueren. Pasó en Egipto y Túnez, pero también en algunos países europeos. Los jóvenes franceses e ingleses dieron una lección a los indolentes veinteañeros españoles cuando salieron a la calle contra los recortes sociales. El “There is no future” de los Sex Pistols saltó a algunas de las pancartas que paseaban por Londres y París.

Pero en China, tanto el presente como el futuro están de parte del Gobierno. Quienes no habían imaginado hablar por teléfono jamás ahora manejan un móvil táctil. Muchos que conocieron el hambre durante el Gran Salto Delante de Mao, sufren ahora para decidir que televisión llevar a su salón. El PIB per cápita no deja de crecer y la población empieza a incorporarse a una sociedad de consumo en la que desde hace años ya vivían sus dirigentes.

La confirmación de que la revolución china está aún lejos de ser realidad ha llegado a través del Proyecto sobre Actitudes Globales del Centro Pew. Una encuesta realizada el año pasado muestra las diferencias con el Magreb. El 87 por ciento de los chinos se mostraba satisfecho con la marcha del país, frente a sólo el 28 por ciento de los egipcios. La economía es aún más reveladora: El 91 por ciento de la población china opinaba que la situación era buena, 71 puntos más que en Egipto. Y la prueba de fuego: Dos tercios de los chinos confesaban haber mejorado su calidad de vida en los últimos 5 años frente al escaso 18 por ciento de los egipcios.

La revolución de los Jazmines nació de un hombre desesperado en el que toda la sociedad tunecina se vio reflejada. Cuando Mohamed Bouazizi, un joven informático en paro al que le arrebataron el puesto ambulante con el que mantenía a su familia, se quemó a lo bonzo, muchos jóvenes vieron en él su propia historia. En China esa historia también existe, pero no el caldo de cultivo que permite hacerla universal,  que hace que prenda arrasando un gobierno tras otro, como sí sucedió en los países árabes. En China, por ahora, no habrá revolución.