China cierra las webs en las que los ciudadanos denunciaban la corrupción

Durante las últimas semanas, China ha vivido gracias a Internet una revolución contra la corrupción. Siguiendo el ejemplo de la India, media docena de páginas surgieron para que, de forma anónima los ciudadanos denunciaran los casos de corrupción que descubrían en su día a día. La mayoría no eran de gran cuantía, sólo el famoso guanxi, la corrupción de medio pelo que permite, por unos cientos de yuanes, agilizar trámites o evitar multas, pero dieron visibilidad a uno de los fenómenos que más cabrea a los ciudadanos. El aluvión fue inmenso. Algunos medios calculaban en más de 100.000 las denuncias. La cifra cobra sentido si se la compara con el número de condenados por este tipo de delitos que cada año publica el Gobierno, cerca de 150.000.

Ante la avalancha anticorrupción, algunos internautas vaticinaban que el Gobierno acabaría censurando las páginas, pero pasaban los días y seguían operativas. Esta semana, por fin, el Gobierno ha decidido cerrarlas permanentemente. El argumento principal ha sido el anonimato de las denuncias, el mismo que protegía a los usuarios del miedo a represalias. Las autoridades mantienen que la ausencia de registro y datos personales favorece las denuncias falsas y las venganzas personales. Llama la atención, sin embargo, que la medida no se haya tomado antes y sea ahora, cuando las denuncias amenazan con empañar el brillo del aniversario del partido comunista, cuando de repente haya decidido proteger a sus funcionarios de la envidia ajena.

Rato, Strauss-Kahn y el poder de los emergentes

Rodrigo Rato tiene la suerte de tener entre sus sucesores a alguno de sus mejores valedores. Le ha ocurrido una vez tras otra: La torpeza de quienes se quedan, no hace sino adornar su figura nada más abandonar el puesto. El ejemplo del PP es clarísimo. Tras perder la batalla del cuaderno azul contra Rajoy, la desidia del gallego hizo crecer la imagen del ex ministro entre el descontento electorado popular. En los peores momentos, tras la segunda derrota, cuanto más se tambaleaba el líder conservador, más corría entre los disidentes, a modo de consigna, el nombre del salvador. Incluso en el campo estrictamente económico, Rato se benefició del homenaje al humor absurdo que se precia de practicar en cada aparición pública el pintoresco Cristóbal Montoro. Por comparación, pocos dudan ya en España de que el ex vicepresidente de Aznar tiene en su poder la varita que hace crecer el empleo y sanea las cuentas públicas por arte de magia.

A Rato sólo le quedaba escaparse de la desastrosa gestión que tuvo al frente del Fondo Monetario Internacional. Mientras los banqueros mezclaban el futuro global con hipotecas basura, el organismo seguía pronosticando crecimientos sin fin. Cuando la música paró de golpe, a Rato, el reputado economista, le pillaron saliendo por la puerta, aun en pleno éxtasis del baile.  No resulta del todo incomprensible: con un sueldo de casi 400.000 dólares anuales libres de impuestos es francamente complicado interiorizar el concepto de crisis.

También en este caso, el tiempo ha acudido en su ayuda. Su sucesor, el mismo que criticó su gestión públicamente, ha lavado, sin desearlo, los pecadillos del español. Un presunto violador deja siempre peor sabor de boca en los medios que un banquero confuso. Por eso uno espera a la justicia en un piso de Nueva York y el otro lidera en España el anunciado suicidio de las cajas de ahorro.

Ante el historial de los últimos líderes del FMI, los países emergentes han decidido medir sus fuerzas en el reparto del poder económico internacional. Hasta ahora Europa y Estados Unidos mantenían una tradición excluyente. Mientras uno lideraba el FMI, el otro hacía lo propio con el Banco Mundial. Sin debate ni injerencias ajenas.

Esta vez puede ser diferente. Cuando parecía que iba a apoyar a Christine Lagarde, China se ha desmarcado pidiendo democracia dentro del órgano. Un candidato alternativo, aunque no sea chino, ahondaría en la pluralidad del poder que desde hace años reclama el gigante asiático. No está solo. Le respaldan los otros BRIC y gran parte de Sudamérica, en total los responsables de una buena parte del PIB mundial y de la enorme mayoría de su crecimiento.

Pese a todo, probablemente la candidata francesa acabe ocupando el sillón que acaba de abandonar su compatriota. El aviso, sin embargo, ya está dado. Por primera vez, China ha enseñado los dientes.

China reabrirá la Ruta de la Seda hasta Europa

A punto de convertirse en la primera potencia mundial, China quiere recuperar los símbolos que la hicieron grande en el pasado.  Su Gobierno, empeñado en reconquistar la influencia perdida, ha decidido rehabilitar la mítica Ruta de la Seda que se abría paso desde el Pacífico hasta Europa a través Asia Central. Serán cerca de 10.000 kilómetros de carretera y línea ferroviaria que, antes de alcanzar nuestro continente, atravesarán Kirguizistán, Uzbekistán, Tayikistán, Turkmenistán, Irán y Turquía. Como todo en China, las obras vuelan. Se espera que el primer tramo, con un coste de unos 470 millones de euros y que atravesará la provincia uigur de Xinjiang, esté inaugurado en septiembre de 2013.

La intención está muy lejos de la mera nostalgia histórica y cultural. Para China, la futura infraestructura abrirá un mercado inmenso. Sus productos ya han inundado Kazajstan y pronto se extenderán también por el resto de ex repúblicas soviéticas. Consigue además una ruta terrestre hasta el Mediterráneo. Hasta ahora la enorme mayoría de sus exportaciones a Europa, incluso aquellas procedentes de las zonas más occidentales, se realizan por mar.

El país no sólo consigue ventajas comerciales. Con la enorme infraestructura, China logrará extender su influencia cultural y políticapor gran parte de Asia. Desde hace décadas, el país es unos de los mayores inversores y amigo predilecto en África, Latinoamérica y el Sudeste asiático. Las antiguas repúblicas soviéticas cierran el círculo sobre el tercer mundo y afianzan la estrategia diplomática de Pekín. Logra, no sólo influencia económica y un trampolín para lanzar el yuan a nivel internacional, sino, sobre todo, votos en las instituciones internacionales para defender su política de no intervención. Un primer paso para preparar su más que previsible hegemonía durante el siglo XXI.